miércoles, 20 de junio de 2012



EL ADOLESCENTE


No sucedió cuando era un niño. No sucedió cuando era un hombre. Ocurrió en aquellos momentos de la vida en que un niño deja de ser un niño sin llegar a ser un hombre.
Tenía muchos padres y también, muchas madres y, por supuesto, muchos hermanos y hermanas, pero siempre se sintió solo.
No fue un hecho sin importancia. Fue un suceso que ocurrió la noche en que Mario, un adolescente huérfano, no acudió a su casa. Huyó buscando respuestas.
Su madre, que no era su madre, se asustó. Su padre, que no era su padre, se alarmó. Su hermano, que no era su hermano, no entendía nada. Su mejor amiga subió las escaleras y entró en la habitación de Mario. Dejó sobre la cama el peluche favorito, que trajo de su casa, y sonrió. Los platos del platero estallaron al unísono. El sonido de una trompeta sonó distante al otro lado de la muralla que no tenía ciudad que resguardar.
Si huyó, huyó porque quiso. Si escapó, escapó de sí mismo.
Todo es un puro por qué y, al mismo tiempo, un puro disparate. La vida es por qué y, también, cómo, y dónde, y cuándo –pensó.
Todo es nada cuando se es un adolescente huido, cuando no perdido.
Desde su escondite, el muchacho sopló la boquilla de metal de su trompeta. Un sonido hueco inundó la habitación deshilachada. Sonaba a esperanza, pero estaba falto de ilusión.
El mundo es eterno –se dijo–, yo imperfecto para la eternidad.
Al día siguiente, regresó a casa con su trompeta y sus respuestas.




                                        Libro de relatos: "Nostrum"" de Juan E. Liébana Cazalla
                            Relato: El adolescente